Entre los siglos XIX y XX Mocorito vivió una etapa de esplendor económico gracias a la minería, aunque no por su extracción, sino por su función comercial de abastecedor a los fundos mineros de los alrededores, donde se explotaba oro, plata y cobre, por lo que se constituyó como el cruce del camino real entre Culiacán y Sinaloa.
Gracias a dicha prosperidad, a principios de 1900 se construyeron con profusos detalles la Plazuela Hidalgo y su kiosko, así como el mercado, la primera escuela primaria y el reloj público, que a partir de entonces comenzó a marcar el ritmo de la vida de los mocoritenses. Otro hito de esta bonanza fue el tendido de la red telefónica, que comunicó a la región con las principales ciudades del país.
Desafortunadamente, la baja en la producción minera, sumada a la mala planeación de la carretera internacional y la estación del ferrocarril, dirigieron el interés comercial de la ruta hacia Guamúchil, fuerte productor de tomate, caña y garbanzo, mientras Mocorito fue aislándose paulatinamente. Por si fuera poco, la localidad de Angostura se desprendió políticamente del poblado en 1916, y hacia 1930 se había convertido en el territorio agrícola más grande y fértil de la región gracias al tezón de sus habitantes, que construyeron una vasta red de canales de riego que perduran hasta la actualidad.
Fue por ello que Mocorito se concentró en cultivar su vida cultural, su atractivo turístico y su sentido de comunidad, así como en conservar su bella arquitectura. Muestra de esto es la Parroquia de la Inmaculada Concepción, que fue reconstruida a partir de una modesta capilla de adobe levantada por los españoles colonizadores, en el siglo XVII, y transformada en un enorme templo con una fachada de cantera rústica y el resto de la construcción, incluida la torre, en ladrillo rojo. La profunda tradición del Viacrucis se ve reflejada en el interior de esta iglesia, pues alberga una colección de 14 grabados del siglo XVI que representan cada una de las estaciones o caídas de Jesucristo.
Otros recintos religiosos sobresalientes en Mocorito son el de Capirato y el de Comanito, principalmente por el papel histórico que desempeñaron en los años previos a la fundación del pueblo. Como en gran parte del norte del país, el establecimiento de las misiones jesuíticas fue determinante en la colonización de la región, pues en ellas se agrupaba a los indígenas y se les conminaba al trabajo de la tierra y a la obediencia a sus patrones y a los designios de Dios. El templo de Capirato llegó a ser magnánimo, con su arquitectura de estilo gótico antiguo combinado sutilmente con el barroco, que se refleja en los detalles de las enormes canteras labradas de su fachada.
Mocorito llegó a ser conocido como “la Atenas sinaloense” gracias a su rica vida cultural, abocada a las bellas artes. A esto se suma la antigüedad y soberbia de sus casonas, que son el hogar de decenas de leyendas de espíritus y aparecidos, compartidas por un singular imaginario colectivo que le da cohesión al pueblo. Su belleza ha inspirado a pintores, escritores, poetas, músicos y escultores, como al muralista David Alfaro Siqueiros, quien encontró en Mocorito su vocación revolucionaria. Es por esto que resulta imprescindible visitar el Museo de Historia Regional y el Centro Cultural Dr. José Ley Domínguez. El primero conserva un tesoro invaluable en su Archivo Histórico, en documentos que datan desde 1915, como cartas, crónicas, testamentos, decretos y publicaciones periódicas de la época. El edificio que ocupa es el antiguo casco de la Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias, y ofrece un recorrido por Mocorito desde sus orígenes prehistóricos hasta el siglo XX, con piezas que van desde huesos de mamut, utensilios rudimentarios e indumentarias de los primeros pobladores seminómadas, hasta herramientas de labranza, muebles del Porfiriato y una serie de audios muy interesantes sobre la tradición del Carnaval.